De ficciones (cine ecuatoriano)
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En el nombre de la hija, de Tania Hermida. |
De ficciones (Ratas, ratones y rateros)
Como la vida es una película o, mejor dicho, un collage de las películas que hemos visto, por lo menos para nuestra generación, que creció con Disney y Hollywood, con El Rey León y James Bond, no resulta nada raro que a veces la ficción supere a la realidad.
Pero lo interesante sería que esa ficción no viniera de afuera. En las últimas dos décadas, la producción cinematográfica del Ecuador ha crecido mucho. Se han producido historias, películas de ficción que hablan de los ecuatorianos, de su forma de sentir, de actuar, de vestirse, de pensar. Los valores, y también los anti-valores de los ecuatorianos están representados en esas producciones.
Alguno de nosotros –la generación que creció con Disney y Hollywood- quiso ser Simba. O al menos un agente secreto, un boxeador pobre, un genio azul. Me refiero a que soñamos muy a menudo con los caprichos de Walt Disney y esperamos convertirnos algún día en los héroes de Paramount… Pero ¿y si nuestros jóvenes crecieran con un imaginario distinto?
Si ellos ya no aspiran a ser duros de matar, o a volar con el polvito mágico de un hada, sino que ríen a carcajadas (una risa trágica) con el recuerdo de Carandirú, por ejemplo, para empezar a acercarnos… O recuerdan con precisión algún diálogo de Ciudad de Dios, quizás nuestro entorno empiece a limpiarse de esa maravilla que tanto nos ilusiona, y empiecen –al menos ellos- a ver más de cerca el lugar al que pertenecen.
El Ángel, ese personaje tan acertado que ideó Sebastián Cordero, la Mayra, el Marlon, el Salvador… Todos ellos, de alguna manera, son el reflejo de nuestra realidad. Sería interesante que un chico de doce o trece años, mientras camina por ahí, en lugar de andar escuchando en su Smartphone, a todo volumen, el Gangman Style, recordara con humor esa tonadita del Marlon justo antes de que le descubran: ‘seco de gallina, botella de ron… joyas en la mano, no ha de faltar…’.
Así, por lo menos, la ficción que configure nuestros anhelos, nuestro imaginario, nuestro entendimiento del mundo, ya no pertenecería, también, al soberano del norte, y quizás nuestra libertad de pensamiento, nuestra libertad creativa se reactive con verdadero vigor, y aún con más fuertes raíces…
De ficciones (Cuando me toque a mí)
Ayer, mientras caminaba calle arriba por el barrio de El Dorado, recordé alguna escena de la película Cuando me toque a mí, del director ecuatoriano Víctor Arregui. Entonces me puse a pensar en lo duro que debe ser para los estudiantes de la Politécnica Nacional, o de la Salesiana, llevarse con esos otros de la Católica, de la UDLA.
Lo pensé porque recordé al pequeño niño al que atropellan al principio de la película de Arregui, y enseguida a los dos hermanos: el uno gay, oficinista, que viste camisas de colores vivos, el otro doctor, forense, chapado a la antigua.
¿No es un objetivo fundamental de nuestros gobiernos reducir las diferencias? ¿Promover la igualdad de derechos y condiciones? Quizás, más allá de la política, la sociedad tenga sus propias razones, sus propios sistemas de significación, y sea impenetrable. Sin embargo, el discurso oficial afirma que la pobreza ha disminuido, tomando en cuenta estadísticas inútiles. No se es menos pobre porque más dinero se tiene. No porque en la canasta básica entre un paquete de fideos y un queso más, las diferencias se reducen.
Es espantoso, triste, desilusionante ver a diario cómo entre Politécnica, Salesiana y Católica crecen las diferencias, de pensamiento, palabra, obra y omisión. Pero la culpa no es suya, como quieren hacerles rezar a algunos los domingos, sino de quienes todavía ven por encima del hombro al provinciano, al indígena, al mulato, al diferente… La cadena de valores se transmite desde los rectorados, pero también desde las familias, y en plena calle.
¿Qué tiene esto que ver con la película de Víctor Arregui? La verdad, no lo sé. Sólo que una nostalgia de muerte, como de fatal tristeza o, mejor dicho, de desencanto, me invadió de pronto al recordar ese monólogo trágico que Calisto pronuncia en su horrible tumba…
De ficciones (En el nombre de la hija)
Esta semana se proyectó nuevamente la película En el nombre de la hija, de la cineasta ecuatoriana Tania Hermida, en la sala de cine de la Flacso. Esa sala es simplemente preciosa. Moderna, espaciosa, pero sobre todo, repleta de películas y producciones latinoamericanas. Lo extraño es que al llegar a la función, habían sólo cuatro cabezas.
Dos de ellas no parecían quiteñas. Cabezas quiteñas… Parecían más bien cabezas gringas… en fin, sólo dos de ellas eran en verdad personas interesadas por el cine ecuatoriano.
La película se presentó durante toda una larga semana, con dos funciones diarias, gratis, para todos quienes estuvieran interesados en apreciar el trabajo de los compatriotas. El total de visitantes en diez funciones no pasó de las cien personas.
Quizás la sala es muy nueva y no tiene tanta publicidad, como Cinemark o Super Cines, y por eso las personas no van a ver las películas que se ofrecen al público, gratis… Aunque, pensándolo bien, quizás la respuesta se encuentre en la misma película…
El tío loco, ese que tiene ideales, que ha visto deteriorarse y podrirse una biblioteca entera, que se ha vuelto loco y se ha encerrado, como mal ave, en un cuartucho olvidado, es siempre un secreto de la familia. Ese tío que soñó o sueña con la sabiduría, alejándose de lo convencional, buscando su propio camino, es quien sufre al final el repudio y la represión de quienes, aunque son miembros de su propia familia, lo han encerrado y señalado con el dedo.
De esos tíos hay muchos, pero muy pocos están libres, o no se han dejado arrastrar a la locura. Quizás esas dos cabezas quiteñas que vi estremecerse con la historia de las palabras liberadas, eran un par de tíos locos, de esos que sí buscan un camino propio, y que no se pierden por nada del mundo una película gratis…
De ficciones (Sin Otoño, sin primavera)
Ni verano, ni invierno. Aquí no hay estaciones, sino a lo mucho épocas más o menos estables de lluvia y de sol. Así es el ecuador, en todo el mundo. Vemos transitar el sol del norte al sur, nunca demasiado lejos, y nuestros días son bastante iguales en luz y sombra. Una especie de paraíso donde lo que más crece es el café, robusta y normal.
Pero la película de Iván Mora no habla del café, ni del sol, ni de las lluvias. Habla de los jóvenes, y de su fuerte crisis de identidad. Los jóvenes y los adolescentes -porque no todos han llegado a la juventud, y ya se hallan en un laberinto de confusión- son los protagonistas del primer largometraje del director ecuatoriano. Él mismo no ha acabado de vivir la juventud, y retrata con cautelosa sensibilidad a esa generación atrapada en la lucha diaria, en la búsqueda de sentido.
Pero empecemos por lo más importante… como dijo el Ángel cuando el asesino de su tío yacía de cuerpo entero sobre el piso de la casa de Salvador. Algunas personas siguen pensando que el Sol gira alrededor de la Tierra, y que el universo termina con Plutón. La educación insuficiente que recibimos en escuelas y colegios, reformados de pronto cerca del año dos mil, provoca en nuestras generaciones un vacío de sentido que nos aleja mucho más de la posibilidad de concebir una identidad. Entendiendo a la identidad como la capacidad de reconocernos, de creer que somos capaces de pensar por nosotros mismos.
Sin eso, mejor ni hablar de películas.
Lo que llama la atención, sin embargo, es que la cinematografía está creciendo; un deseo profundo empieza a tomar forma. Es el deseo de entendernos a nosotros mismos, de reconocernos en los demás para poder repensarnos y avanzar, crear, analizar. De lo contrario, quizás también los niños de hoy se conviertan en una mala copia de Syd Vicious, o continúen recurriendo a la prostitución para mantenerse a flote.
El desencanto es un tema recurrente en las producciones de los últimos años. El cine ecuatoriano, del cual se dejó de hablar durante más de treinta años, empieza a tomar forma una vez más y a retratar, mediante recursos audiovisuales, lo que las malas novelas y la egotista poesía no ha logrado reflejar con precisión desde hace muchos años…
Pero no es un motivo para la tristeza. El desencanto es una buena señal. Cuando un personaje de nuestras películas extranjeras favoritas sufre un desencanto, nosotros lo asociamos con un despertar. Así mismo, el desencanto que puebla las películas de los nuevos cineastas ecuatorianos, hará que sus espectadores empiecen, pronto, a despertar.
Diciembre, 2012