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La naturaleza muerta con el conejo, de caza de la bolsa
y pedernal y pólvora (Jean Baptiste Simeon Chardin).


Si tan solo pudiera

eludir tantos anuncios,

si pudiera tomarlos de la oreja

como a un conejo muerto

y mostrarlos a otro cazador,

sangrantes,

listos para el fuego.


Si tan solo pudiera,

como Pessoa, 

abstraerme con alguien 

y tomarlo de la mano

y llevarlo a constatar a César 

Dávila y engullirlo de una sola ira.


Si pudiera hundir la tinta en sus ojeras 

y aliviarlo al instante

para que sea el vómito su pena.


Si, entre tardes, tuviera

la ocasión de asfaltarme.


Si, además, tuviera en los nudillos

atrapada alguna idea 

para romperle a alguien los dientes...


Pero esta máquina terrible

y estadística 

quiere apretar mis intestinos sin descanso,

quiere amasarlos y esculpir

su idolatría en mi regazo.


Con fuste nos golpea, ¡horror!

a todos y sin tregua:

párteme, cúbreme, sálvame.


Y la Angustia, que es

la madre adoptiva de esos todos,

se levanta.


Y la Pena, que debe de ser su tía,

se revela.


Y el Terror que es su padre

se agiganta.


Así entonces, ya cansados,

caminamos,

ciegos de tedio intenso y

añoranzas.


La Vida es este instante de 

alegría...

Si pudiera solo 

derrochar esta ilusión en tus mañanas.


Decirte: estoy aquí, volvamos.

Y empujar a ese cadáver al caldero...

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