La cara achatada del enigma
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Enigma sin fin. Salvador Dalí. |
La cara achatada del enigma. Su mano envuelta en mis dedos se escurre lentamente. Se hinchan sus venas y mis venas. Un bulto sin palmas, una jaula de piel que atrapa el aire entre su derecha y la mía o es mi izquierda es su izquierda lo miro venir lentamente; lo miro acercarse a la puerta metálica y extenderme su otra mano, afectuoso.
Me hala con cuidado para que cierre la puerta. Yo la sostengo tranquilo con mi talón derecho y miro hacia afuera hacia adentro y escucho el viento la música. ¿Qué hacer? Como si adivinara me responde; no le entiendo. Me repite su esforzado mensaje. Distingo ahora: las vocales se unifican y suenan sin énfasis. Lo demás se arrastra.
Alguien viene. Estábamos hablando de... se asombra. Lo saluda y se presenta. En su esfuerzo el enigma nos avienta su nombre, su apellido, su reputación, gentilicio, su nombre y ¿qué dijo al principio?: le pregunto al bienvenido con las cejas, antes de asentir. Después enciendo un cigarrillo.
Me adivina dije gracias tú quién eres.
—Me llamo Ezequiel, mucho gusto —le digo.
No lo puedo evitar, me abstraigo hasta el estómago. Mientras hablan pienso ¿en qué rumor se adivina mi asombro? ¿en qué mínimo gesto? Lo que diría Poe: demasiado largo nítido y profundo no soy el primer asombrado qué ingenuo. Me percibe porque no soy yo el que tiene que entenderlo. ¿Por qué siento ante mi propio pasmo esta necesidad de justificarme? —Y él me entiende a mí.
El bienvenido se despide hacia el viento y yo: ¿Qué tal ahí adentro? Con un gesto al que casi no puedo mirar hace loas a esa luz azul que despide alientos de cerveza. Me esfuerzo ahora: lo miro a los ojos pero descubro que no hay contacto. Sus ojos son dos enormes cristales empañados que sin embargo brillan por dentro. Aunque miro a intervalos distingo una córnea por gusto. Vienen a mi cabeza palabras tan disímiles, tan incongruentes como se torna incongruente tratar de mirarlo de frente. Luego desvío la vista y él también.
Me acerca un vaso de cerveza. Me mira dudoso y me insiste tratando de seguir la conversación. Yo le acepto y todavía me pregunto qué hacer: adentro o afuera en el umbral atrapado en mi asombro. El enigma no para de balbucir su filosofía y me pregunta y le entiendo pero no sé señalarle el Ser. Paseo la mirada por encima del enigma y luego afuera. No estaba solo ¿A dónde se han ido todos?
La cara ovalada del enigma. No es él y me quedaría tomando hasta explicarme su mirada, su afecto y mi abultada mano que late lentamente doblada sobre mi muslo derecho.
Afuera, en la otra vereda alguien entona una quena y yo me excuso diciéndole que voy en busca de 'la flauta' de Hamelín.
—Hasta luego —le digo.
Y me voy bailando.
2010