El chivo
![]() |
Chivo. Fuente: iStock |
Nota: La mayoría de relatos que he logrado terminar son sueños o ensoñaciones. Este que comparto es el resultado de la elaboración de un sueño angustioso de hace muchos años. Chivo tiene varias acepciones negativas en Latinoamérica, relacionadas con el fraude, el embuste o la mentira. El sauce es un árbol de sanación y también de luto.
—Por aquí.
La sombra de un sauce llorón cubría toda la esquina. En la base, sobre un charco lodoso, estaba el chivo.
Éramos tres. Atravesábamos potreros en un auto estrecho, sin hacer ruido. Yo no manejaba. Delante de mí veía que alguien maniobraba el volante lentamente, tensamente, como quien no quiere quedar varado. El lodo, me dije…
Súbitamente nuestro auto comenzó a traquetear y el volante, bamboleándose, quedó bloqueado a la derecha. Vi por primera vez al copiloto que, asustado, se aferraba al asiento por las uñas (yo estaba en la parte trasera, inclinado hacia adelante entre los asientos). Volví la vista. Estábamos junto al charco, debajo del sauce, bloqueando toda la esquina.
Quise decir algo pero vi que mis compañeros palidecían, y empezaban a huir despavoridos. Como si hubiesen visto algo, miraban pasmados hacia ambas ventanas y buscaban ansiosamente las manijas. Busqué alrededor, pero no vi nada. Por mi parte, miré el camino, que continuaba al frente y se perdía en una curva hacia la izquierda. Estaba muy oscuro. Sólo un farol alumbraba tenuemente en la distancia.
Detrás de nosotros creció de repente una luz blanca, no muy intensa. Un auto se acercaba rápidamente en reversa. Mis compañeros habían dejado el auto y miraban frenéticamente a todas partes. Luego, al mismo tiempo, ambos tornaron a mirarme fijamente.
La luz me cegó. Confundido, seguí a mis compañeros, pero cuando pude ver ya estaban algunos metros lejos de mí y subían rápidamente en un coche extraño, celeste. Por primera vez, y aún sin saber por qué, sentí temor. El coche se alejó por el camino lentamente, atravesando despacio los innumerables baches que lo hacían tan particular. Volví a mirar a nuestro auto, abandonado debajo del sauce, con ambas puertas abiertas. El ambiente aclaraba. Sobre el horizonte, entre las nubes, la luna difusa era un disco de plata.
Me apresuré a subir en el auto y comprobé que las llaves todavía pendían del arranque. Ahora se podía ver claramente: el camino curvaba a la izquierda casi inmediatamente, y me pareció que hace un momento había juzgado mal la distancia. El farol no estaba sino a unos cinco metros y ahora brillaba con una luz fea, demasiado amarilla. Cerré la puerta del conductor y la del copiloto. Me sentí impelido a salir violentamente de ese lugar. Como no había estado manejando, imaginé solamente que el auto se había atrancado con el lodo, y activé la doble transmisión. En seguida aceleré, pero un tropiezo hizo que apretara el acelerador hasta el fondo sin haber puesto la marcha, y el motor retumbó en vano, sonando como una sierra eléctrica.
Me puse nervioso. Seguramente algún campesino de por allí notaría mi presencia, y creyéndome intruso me aventaría una roca, rompiendo el parabrisas. Un sonido de vidrios trizándose atravesó mi cerebro, enmudeciendo y apagando mi súbito delirio. Puse primera y empecé a acelerar suavemente, hasta que el auto, derrapando a uno y otro lado, me transportó fuera de allí. Dejé la sombra del sauce y seguí por el camino hacia la izquierda, pero apenas hube girado me hallé en un camino sin salida. En ese momento la luna pareció apagarse, la luz del farol atenuó nuevamente y una atmósfera gris invadió el espacio. Asustado, pensé:
-Por aquí, no.
Después puse reversa, apreté hasta el fondo el acelerador y curvé a la derecha, girando el auto que parecía volar y fundirse con el gris que dominaba las sombras…
2010-06-01