¿Qué hace a un buen profesor?

Las innumerables caras de Alfred Pennyworth. (Foto: Elcomercio.pe)

Esta entrada reflexiona sobre las características que debe tener un buen profesor. Mejor dicho, una buena enseñanza, pues como se expone en el curso What future for education?, la idea de que un buen profesor debe tener unas características rígidas y específicas debería ser reemplazada por otra, quizás más productiva, relacionada con qué entendemos por buena enseñanza.

Pensando nuevamente en mi pasado escolar y en una de las profesoras que considero todavía como excelente en su práctica, puedo decir que, fuera de sus características personales, se trataba de alguien que lograba ser memorable. No recuerdo precisamente si sus métodos eran participativos o siempre agradables para mí y para mis compañeros, pero recuerdo sus lecciones. Quizás esto tenga que ver con el hecho de que adquirí un gran interés en los temas que dictaba, por lo que pienso que quizás otros compañeros, que no tenían ese mismo interés, no la recuerdan. Yo lo hago por una combinación de factores: el tema me interesaba, ella era muy clara en sus explicaciones, lo aprendido tenía cierta utilidad para mí (en cuanto a mis intereses en ese momento, entre los cuales siempre estuvo cuestionar el ordenamiento económico, político y social en el que estábamos todos).

Por lo tanto, mi idea sobre una buena enseñanza, en este caso, tiene mucho más que ver con una didáctica, pues no recuerdo a mi profesora demasiado por su disposición o actitud. Otros profesores, en la universidad, sobresalen en mi memoria más por su actitud que por su didáctica, pero en el caso de la escuela lo que pesa más es la forma de impartir conocimientos. Y, como dije antes, esto debe haber sido influenciado, también, por mi interés en el tema. 

Todo ello me lleva a pensar que, si bien podemos considerar la práctica pedagógica como un proceso con ciertos requisitos: apertura, creencia, disposición, diálogo y acción, muchas veces lo que hace una buena enseñanza puede estar relacionada con una sola de estas características, o con ninguna. Por otra parte, la teoría tiende a dejar de lado la importancia o participación del aprendiz en la relación de aprendizaje. Es paradójico, pues se supone que se centra en la persona, pero no se toma en cuenta demasiado su participación en esa relación. Quiero decir, para no ser injusto, que si bien se piensa mucho en la figura del aprendiz, no se toma en cuenta lo suficiente su participación real en el proceso, su propia disposición y su volubilidad.

Por último, me llama la atención la idea de acompañamiento y cuidado. Coincido plenamente en que el rol de un educador pasa por una entrega real, una práctica consciente de cuidado y de cercanía. Sin embargo, en la práctica es todavía difícil concebirla como una práctica  realizable en una escuela promedio por dos temas pragmáticos: la cantidad de estudiantes y la salud mental de sus acompañantes. No es posible practicar el cuidado de un bosque entero, a menos que se cuenten con los recursos adecuados, e incluso si se cuenta con ellos resultaría muy difícil preocuparse por cada árbol. Podríamos pensar, en este caso, en la permacultura y las técnicas de recuperación de bosques, que no trabajan controlando cada árbol, sino las relaciones entre ellos, siempre diversas.