¿Qué es inteligencia y... realmente importa?
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The trial. Pink Floyd The Wall. |
El segundo tema tratado en el curso What future for education? aborda esquemáticamente ciertas aproximaciones teóricas sobre inteligencia, e intenta reflexionar sobre si es realmente importante. La siguiente es una consideración personal sobre mi experiencia en relación a esos temas.
Al recordar mi experiencia escolar pienso que mi inteligencia fue estimada siempre desde el punto de vista de las notas que alcanzaba en los exámenes. No recuerdo haber sido consciente de qué significaba esa nota más allá de bien, regular o mal. Y así lo consideré hasta la secundaria.
Por otra parte, pienso que, hasta hoy, es muy difícil para mí no pensar en la 'respuesta correcta'. Incluso personalmente este ha sido un gran problema a nivel social. Debe siempre existir una respuesta correcta: es así como comprendía, y aún hoy, quizás, sigo comprendiendo el aprendizaje. De hecho, me asombra en este momento que no haya perdido completamente el interés en aprender, pues pienso que, muy en el fondo, sigo concibiendo el aprendizaje como algo difícil, cansado y doloroso, que consiste únicamente en buscar esa respuesta correcta, como lo hacía en la escuela. Odiaba los trabajos, las tareas, los tiempos de entrega, pero los odiaba porque pensaba, desde muy pequeño, que no tenían la menor importancia y que no me ayudaban en nada. Todos mis compañeros, incluso aquellos a quienes consideraba buenos estudiantes, concebían las tareas como una obligación, molesta, que era ineludible.
Más tarde, en secundaria, al reflexionar sobre lo que significan las notas más allá de bien, mal o regular, concluí que, en rigor, simplemente no importaban. Para mí, como para algunos de mis estudiantes (soy profesor actualmente) las notas dejaron de tener importancia pues, desde mi criterio, no reflejaban mi capacidad ni mi valía. Me era indiferente recibir un 4/10 o un 10, pues en ambos casos me sentía clasificado, pero no creía en esa clasificación. Me molestaba mucho ver a mis compañeros sufrir, incluso llorar o tener problemas fuertes de ansiedad por considerar que un 7 los volvía mediocres. Para mí, esto no tenía ningún sentido e incluso era una forma de menospreciarnos, pero comprendía que para mis compañeros podía ser muy importante. Muy pocos de ellos, sin embargo, lo hacían por desear personalmente ser sobresalientes y alcanzar un 10. La mayoría, tristemente, lo hacían por temor, en especial a su padre.
También pienso que, al sentirme clasificado, perdí rápidamente interés en temas que, ahora, mucho más tarde y luego de haber desaprendido, muy lentamente, los prejuicios que fui adquiriendo en mi contexto, considero fascinantes, como la matemática o la astronomía. En mi tiempo y en mi país, antes del Bachillerato Unificado, existieron las especializaciones. En cuarto curso debías elegir si tus dos últimos años serían en ciencias exactas o en ciencias sociales. Yo elegí sociales, porque me gustaba la literatura, pero ahora considero que eso limitó mis oportunidades. El simple hecho de que sea obligatorio elegir uno de los enfoques disminuye las proyecciones posibles que podía haber hecho sobre mi futuro. Por lo tanto, tanto las notas como la especialización fueron, para mí, barreras, nunca oportunidades.
Por último, esa clasificación obligatoria genera el primer prejuicio, y el más dañino: "este es de sociales, el otro es de ciencias exactas", que se traduce en "ese es capaz de aprender matemáticas, pero no historia o literatura, y el otro es capaz de aprender literatura o historia, pero nunca matemáticas o física". Obviamente esto tiene repercusiones a mediano plazo, afectando a la persona socialmente y, a la larga, también a la cultura que se genera alrededor de ese prejuicio.
En el camino y hasta hoy, otro indicador que llamó mi atención, pero que también desmerecí rápidamente eran los cada vez más famosos 'IQ test'. Hoy entiendo, gracias a los recursos trabajados durante esta semana en el curso, que, como quizás ya lo había intuido, estos tests son difíciles de aplicar y no reflejan realmente la capacidad que tenemos para desempeñarnos, sea en ciencias o en cualquier otra materia. Hoy me considero un buen aprendiz porque entiendo que estaba limitado por meros prejuicios, y, pese a todo, aún conservo un interés genuino en el aprendizaje.