Educación en un mundo ideal...

Ilustración de la novela La isla, de Aldous Huxley. Mirjam Siim (Behance).

La pregunta me trae directamente a la memoria la obra La isla, de Aldous Huxley: ¿en un mundo ideal, cómo debería estar organizada la educación? ¿Cuáles deberían ser sus prioridades y quiénes deberían encargarse de ella?

Para quienes conocen la obra, no hace falta mayor explicación. En el mundo ideal que Huxley ideó después de haber concebido su obra más conocida, Un mundo feliz, la educación no está encargada a una sola organización y mucho menos a una sola persona. Más bien, en ese mundo, la educación es solo el resultado de haber superado ciertos paradigmas de nuestra concepción de vida occidental, lo cual implica deshacer todas nuestras estructuras conocidas, empezando por la familia. Sin embargo, aún cuando este mundo ideal se plantea como altamente posible, tiene al final un fuerte enemigo: el poder. Podríamos pensar en que la concepción neoliberal en la que impera el comercio global y el capital por sobre las personas es el enemigo principal, y en eso la obra tiene mucho que ver con la realidad actual.

En la ficción, los niños combinan diversos aprendizajes, divididos claramente en, al menos, tres secciones: una educación mental, relacionada con las ciencias, la cultura, la lectura y la escritura; una segunda relacionada con el cuerpo: gimnasia, arado, trabajo físico; y una tercera relacionada con el espíritu: meditación, respiración, gestión emocional. Los niños y jóvenes combinan estos tres aprendizajes desde muy pequeños, y a la vez no dependen de su familia nuclear. En un episodio, uno de los chicos, en la adolescencia, se rebela contra su madre. No importa. Para evitar el conflicto recurre a su 'otra madre', pasa a vivir con ella y la relación mejora poco a poco. En otro episodio, el mismo joven practica el 'yoga del amor' junto a su pareja, en el que el erotismo es la clave, no la reproducción. Los jóvenes entienden que el goce sensual está por encima del carnal porque han practicado yoga desde pequeños, y gozan de una excelente salud sexual y mental a la corta edad de catorce años. 

Pues bien, todo esto suena bien, en un mundo ideal, pero está muy lejos de la realidad. Pienso que la educación es una tarea compartida. Nuestra sociedad, al organizarse en forma de Estados, tiene plena responsabilidad de todo lo que ocurra con sus niños y su juventud. No puede encargarse la educación solamente al gobierno, pero el gobierno debe ser corresponsable. No puede encargarse a la familia, pero la familia debe hacer su parte. Lo mismo para todas las instituciones sociales. La educación no es, o no debería ser, una etapa específica en la vida de un niño o un joven, sino una conducta y una actitud social compartida. Y para eso se requiere una política educativa clara, transversal a todas las instituciones sociales, que conciba a la persona como el más sagrado capital para la conservación de la vida.

Como dije, esto sigue siendo un ideal, pero no por eso debe ser imposible. Con matices, concebir la educación de otra manera es posible, más aún en un mundo en crisis como el nuestro. Es esencial transformar lo que hemos hecho, desaprender y cambiar nuestros objetivos; pues, si insistimos en el sistema actual, que cada vez más transforma la educación en mercancía y a sus beneficiarios en productos más o menos rentables, difícilmente podremos escapar a la autodestrucción. Un ejemplo claro es el enlace a la última noticia sobre educación en mi país, en la que se pretende retomar cívica como una materia del currículo, en un mundo completamente abierto y globalizado.

La historia de Huxley termina mal: por un interés comercial, por la sed de petróleo, esta bellísima isla que comprende el mundo de una manera nueva, que respeta la vida y el amor, es destruida completamente. No quedan rastros de ella. En su lugar, un pozo petrolero y la tristeza más infinita cierran la fantástica novela.